Podríamos decir que la memoria es un hecho moral. Por un lado nos instala en la irresuelta tensión entre verdad e historia y por otro nos interpela y nos exige responder por nuestros actos. El olvido, en cambio, es la falta de voluntad de recordar. La memoria cede al olvido lo que no ha privilegiado retener y en esa elección de un recuerdo y no de otro, condiciona nuestro ser en el presente. También le da forma al pasado y compromete el futuro.
Sólo los hombres vivimos y nos reconocemos en una memoria que nosotros mismos sedimentamos. La oscura e indelegable responsabilidad del hacer humano emana, justamente, de que es posible habitar el mundo de más de una manera. Por esa misma razón, también podemos juzgar y ser juzgados.
Resulta inquietante la relación entre memoria e historia. No pueden dejar de evocarse, de confundirse, de negarse. No siempre la memoria retiene lo que la historia pone en evidencia. A veces lo recupera parcialmente; otras, lo deforma. Y de eso se trata muchas veces, de modificar la historia para no mirar atrás y pensar en un futuro entonces distorsionado.
¿A qué me refiero cuando afirmo la necesidad de recordar?, ¿cuál es el objeto interrogado?, ¿cuál, el sujeto que interroga? Desde la memoria, toda la responsabilidad recae sobre el sujeto que interroga el pasado, a sabiendas de que aunque aparezca como colectivo, es indelegable la responsabilidad de respuesta de cada uno. Lo que hoy somos deriva de los rastros que el pasado que hemos registrado ha dejado en nosotros. Estamos envueltos en un torbellino de voces que claman por la memoria, y por otro lado por el perdón y el olvido.
Pero es imprescindible revisar el pasado, hacer justicia, no olvidar. Y, sobre todo, no distorsionar la historia: los militares y civiles tomaron el poder el 24 de marzo de 1976, (golpe que fue bienvenido por gran parte de la población), planificaron sistemáticamente el terror y la tortura para destrozar el tejido social, eliminar a miles de trabajadores y estudiantes que buscaban un país mas justo, justificándose en una guerra sucia que no existió, robando más de 500 bebés, implementando centenares de centros clandestinos de detención. Todo para dar lugar a políticas económicas de exclusión, destrucción de la industria, la salud, la educación y la cultura, y otras acentuadas en los noventa.
Por eso, no estoy de acuerdo con olvidar (como dice el señor Alberto Pintos Morel en su carta “ Harto ya de mirar al pasado”), con mirar sólo hacia adelante. Porque el que no quiere revisar su pasado, prefiere no saber, es porque la verdad es dolorosa y el pasado injustificable. Los crímenes que se cometieron pueden ser tipificados y los criminales enjuiciados y condenados si apelamos a la memoria histórica. Pero tengamos muy claro que el “desaparecido” no sólo es el objeto del acto criminal. La memoria del desaparecido hace presente una fisura en la estructura misma de la sociedad. Los desaparecidos son nuestra memoria. Un mal que existe en el cuerpo de
Pablo Spinella
MIRADAS SOBRE EL PASADO
He leído la carta del señor Spinella y quisiera aprovechar esta tribuna ciudadana para aportar mi opinión a este saludable debate sobre nuestro pasado reciente.
No creo que podamos admitir como válido que la memoria sea un hecho moral. La memoria es la simple capacidad de recordar una cosa, que puede ser moral o no.
El problema de los argentinos con la memoria radica en la calificación que le damos a la cosa recordada. Encima, muchas veces traemos al presente cosas que sucedieron en contextos diferentes.
Es por ello que no sería justo dejar fuera del análisis entre sujetos y objetos a los montoneros, que no nacieron como contestación a un plan sistemático de desaparición de personas, perpetuado desde el Estado, fuera de la ley, que robaba niños y muchísimas atrocidades mas. Ellos irrumpen mucho antes y se convierten en la razón principal para que un gobierno democrático, pidiera desde el Congreso de la Nación ayuda al ejército para aniquilar el accionar subversivo que azolaba desde hacía mas de 3 años al Estado, y que fue “bienvenido por gran parte de la población”
La inmensa mayoría coincidió después en la necesidad de revisar el pasado. Bien pero, desde donde partimos, del 76? O nos retrotraemos al 73, cuando Perón regresa a la Argentina y denosta el accionar del grupo que, desde algún lugar de la memoria, o la historia (como usted prefiera) se dijo que él mismo había fogoneado desde España.
Llegados a este punto, tratemos de reflexionar sobre el contexto en que sucedieron todos esos horrores. Si los asesinos que cometieron los comprobados crímenes de lesa humanidad fueron juzgados y vivirán condenados de por vida, y después también, en las negras páginas de la historia, no encuentro razón que explique la absolución por prescriptibilidad de las causas de quienes desde la otra vereda planificaron y ejecutaron otros horrores contra la humanidad en esos tiempos.
Una ley, que debería sancionarse por amplia mayoría, que dejara sin efecto la prescriptibilidad de causas abiertas durante este período seguramente dejaría a la inmensa mayoría de los argentinos conforme, a la vez de ayudar grandemente al cierre de esta discusión, para dar paso al libre accionar de los tribunales de justicia.
Juan José de Guzmán
jjdeguz@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario